domingo, 23 de agosto de 2009
San Pedro de Arlanza, Burgos
Vista general de las ruinas
Localización: a 7 kilómetros de Covarrubias, Burgos.
Cómo se llega: (Desde Madrid)
Datación: siglos X-XVIII
Estado de conservación: Ruina consolidada (parcialmente).
El monasterio cisterciense de San Pedro de Arlanza, fundado por el padre de Fernán González en el siglo X, fue uno de los principales monasterios de toda Europa, el cenobio por definición de la cabeza de Castilla. Adscrito a la orden del Císter, sus ruinas son casi tan bellas –tan evocadoras- como pudo serlo el edificio en uso.
Ruinas de la iglesia
La orden del Císter –la de los monjes blancos- nace como una reacción al estado de abandono y relajación del celibato católico en la Baja Edad Media. Ante esta realidad, Roberto de Molesmes, un joven monje benedictino de Cluny, abandona la poderosa abadía junto a un puñado de seguidores para fundar una orden propia, más ajustada a las enseñanzas de San Benito. Así, marchando durante varias semanas en busca del emplazamiento ideal para la construcción del nuevo cenobio, el grupo se establece en un bosque cercano a la localidad francesa de Citeaux, el Cistercium latino, origen del nombre de la orden.
Claustro mayor, renacentista
En ella se prescribe una serie de reglas que se irían completando en los años siguientes y que reivindicarán la pobreza y la sencillez como forma de vida, algo que el éxito de su propuesta espiritual –acogida con entusiasmo en toda Europa-también acabó por alterar. Entre otras cosas, la nueva orden exigía la eliminación de todo ornamento en la arquitectura, excepto los motivos vegetales de los capiteles y de otros elementos arquitectónicos puntuales. Curiosamente, la arquitectura desornamentada del Císter, su ascensionalidad y su pureza de formas –concentradas únicamente en la energía estética de la construcción-, dan más sensación de majestad, riqueza y monumentalidad que muchas edificaciones más abigarradas y lujosas.
Arcos fajones de una de las bóvedas de la crujía
La vida del célibe cisterciense se regulaba –se regula, aún- en torno a los principios ora et labora, reza y trabaja. De esta forma, el día para el monje contemplaría estudio, descanso, rezo y trabajo físico, los monasterios no estarían sometidos a otros –algo que tampoco se cumplió del todo, con los famosos prioratos en Castilla- y los pecados de cada uno se confesarían en voz alta, en la sala capitular. La finalidad, la humildad como forma de vida y el evitar delegar las tareas más duras en monjes legos, algo que en muchos lugares, tampoco se cumpliría.
Detalle de la iglesia
San Pedro fue abandonado tras la Desamortización de 1835, que transformó un proceso necesario –la nacionalización de las tierras improductivas en manos de la Iglesia y la separación definitiva de ésta del ámbito del poder público- en un auténtico holocausto del patrimonio artístico español, al exigir la exclaustración de los monjes y el abandono de edificios realmente singulares. Además, los bienes enajenados a la institución católica –privatizados por subasta- no tardaron en recaer en manos de terratenientes y aristócratas, que en muchos casos -además de expoliar las edificaciones-, impusieron a campesinos y trabajadores un régimen de trabajo aún más severo y despiadado que el del clero. Es precisamente en este entorno –explotaciones agrícolas adquiridas por terratenientes y especuladores enriquecidos-, en el que se irían formando los movimientos anarquistas rurales a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, diferente al de las ciudades y vitales para comprender los movimientos obreros en nuestro país.
Tumba de un abad, con el báculo como símbolo, característico en el Císter
De San Pedro quedan unas ruinas maravillosas. El claustro menor, prácticamente entero. Del mayor, resta en pie algún paño y los arcos fajones de las bóvedas de las crujías. De la iglesia, sus impresionantes restos, que se tornan especialmente emocionantes en la zona presbiterial. De sus dependencias, una torre intacta del siglo XII, el locutorio y parte de las celdas. Sus sepulcros más importantes –como el de Fernán González- fueron trasladados a otros lugares, como la Colegiata de Covarrubias, también espléndida. Parte de sus pinturas murales se conservan en Cataluña.
Detalle de la crujía del claustro